En el linde crítico entre la
montaña y el llano, sobre una meseta que domina las tierras aledañas, alza los muros de su acrópolis la ciudad de
Huesca, la antigua Bolskan, la capital de la Hispania sertoriana, que inundó; con sus emisiones monetarias gran parte de la península y el sur de
Francia, popularizando el jinete ibérico que continuó presente también en las emisiones
romanas, que le añadieron además el célebre mote Urbs Victrix Osca. Plutarco haciéndose eco de su importancia la llamó; ciudad grande y poderosa. César la tuvo muy en cuenta por la ayuda que le prestó en la batalla de
Lérida.
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Es lógico que dada su importancia, aparezca muy pronto como sede episcopal, al menos desde el siglo V o principios del siguiente.
Conquistada Huesca por los musulmanes hacia el 718 mediante un pacto, se permitió el culto cristiano en torno a la sede de
San Pedro y también durante algún tiempo en la
iglesia de San Ciprián. El primer templo fue donado al
monasterio francés de Saint Pons de Thomières, levantándose la actual iglesia y más tarde el
claustro.
En 1096 Pedro I conquistó Huesca a los musulmanes durante la batalla del Alcoraz.
En 1135 tiene lugar los acontecimientos de la
Campana de Huesca, Ramiro II preocupado por la desobediencia de sus nobles mandó un mensajero a su antiguo maestro, el abad de San Ponce de Tomeras, pidiéndole consejo. Este llevó al mensajero al
huerto y cortó unas coles (algunas veces se habla de rosas), aquellas que sobresalían más. A continuación ordenó al mensajero repetir al rey el gesto que había visto. Ramiro II hizo llamar a los principales nobles para que vinieran a Huesca, con la excusa de hacer una campana que se oyera en todo el reino. Una vez allí, hizo cortar la cabeza a los nobles más culpables, sofocando la revuelta.
La forma popular desarrolla algo más el hecho: el rey convocó Cortes e hizo venir a todos los nobles del reino para que vieran una campana que se oiría en todo el reino. A los rebeldes los hizo entrar de uno en uno en la sala y fue decapitándolos según iban entrando. Una vez muertos, los colocó en círculo y al obispo de Huesca, el más rebelde, lo colocó en el centro como badajo. Luego dejó entrar a los demás para que escarmentaran.
El día 12 de mayo de 1191 fue firmada la Liga de Huesca entre los representantes de los reyes Alfonso II de
Aragón, Sancho VI de
Navarra, Alfonso IX de
León y Sancho I de
Portugal con el propósito de hacer la guerra al reino de Castilla.
Ciudad predilecta de Pedro IV, que instaló en ella la primera universidad aragonesa, que desplegó su labor docente hasta ser suprimida en 1845.
Aparte del prestigio que le dió la universidad, con su teoría de
colegios adscritos, como el célebre de Santiago, adquirió renombre en el siglo XVII, gracias a la munificencia de don Vicencio Juan de Lastanosa, que atesoró importantes colecciones de
arte, levantando costosas edificaciones y amparando y publicando las obras de varios ingenios aragoneses, sobre todo las del bilbilitano Baltasar Gracián.
Capital del Altoaragón, durante el siglo XIX puso su esperanza en los grandes planes de riego, obra de ingenieros como Cajal, Izquierdo y
Ríos, obras que se desarrollan con extraordinaria lentitud.
Por último, recordaremos los primeros versos del soneto que don Miguel Sancho Izquierdo, rector tantos años de la universidad de
Zaragoza, dedicó a Huesca. Decía así el ilustre catedrático de la Facultad de Derecho, a quien sus alumnos admirábamos tanto como jurista, enamorado de la
escuela de Lovaina, como poeta de inspiración fácil:
Invicta Huesca, Osca Victrix, Salve!
Reverente hasta ti llega el viajero,
El alma arrodillada ante tu gloria,
Descalzo el pie para pisar tu suelo.