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JIMENA: Francisco, lo bueno si breve, dos veces bueno. Saludos.

C0NTINUACIÓN)

En estos días, ya queda lejos el tiempo de las mieses en las Eras. Ya pasó la hora de las espigas y el sol, poco a poco, comienza un periodo parecido a una convalecencia. Espaciadamente el pueblo, tan animado durante el verano, se va vaciando. Ya no quedan apenas veraneantes. La plaza está sin gente. Los chiringuitos cierran. Los amigos van haciendo las maletas, parten en sus coches hacia la gran ciudad. Es momento de paseos por el parque con la rebeca rescatada del armario todavía oliendo a alcanfor. Son buenos momentos para hacer fotos a las puestas de sol doradas y rosas, a los pájaros que vuelan sobre nosotros al atardecer. Tiempo de recorrer los caminos despidiéndonos de los paisajes, de los olores del campo, de las huertas y sus verdes vergeles. Es el fin del verano. Los niños tienen la piel dorada, las mejillas sonrosadas, el pelo revuelto. Están guapos, sanos, fuertes, de tanto correr al aire libre y de tanto jugar. Sus miradas derraman vida y una cierta melancolía por la cercana despedida del verano. Para los padres queda la preocupación por la vuelta a la rutina, el miedo a ser uno más de los que van a perder su trabajo. El volver a reencontrar los problemas que se habían dejado medio olvidados en estos días pasados. Todos saben que van a echar de menos esas mañanas de piscina, las ligas del mediodía con los amigos de toda la vida, las tardes de siesta, los anocheceres, con sus paseos hasta la Lonja de Cánava y las charlas sentados en los viejos poyetes, el ver a los niños disfrutar de la vida y que al mismo tiendo le da sentido a la nuestra.

Los veranos tienen un sabor de libertad en mi recuerdo infantil, una temporada en la que el tiempo pasaba de forma distinta, donde crecíamos mucho en el aspecto humano y aprendíamos mucho de la naturaleza y las personas. Ahora los tiempos han cambiado y aquellas vacaciones escolares, que parecían eternas, se han visto reducidas a una veintena de días. Yo no cambiaría aquellos veranos interminables por nada del mundo. El verano significaba libertad, autoconocimiento y descubrimientos sin fin. Por entonces, al final del verano era tiempo de guardar para el recuerdo las fotos con la pandilla, las letras de algunas canciones, el programa de las Fiestas o las florecillas, ahora secas, que habíamos escondido entre las páginas de algún libro. Cada recuerdo estaba acompañado de una vieja historia y si esta era de amor daría paso a la nostalgia. Ahora, es otra cosa y el porvenir inmediato está lleno de incertidumbres. Aunque de sobra conocemos que todo es un ciclo, el fin del verano es triste. Pronto, en los pocos días que faltan para el comienzo del otoño, llegaran las lluvias, las hojas muertas con sus tonos ocres, la hora del sueño de los lagartos. Si, los días finales del verano son muy tristes y para hacerlos aún más, la noche alarga su jornada y el día, vago y breve, se nos escapa aceleradamente.

Para mí, el éxito y la felicidad en las vacaciones radica, además de cambiar el curso habitual de las actividades, en disfrutar con cosas simples y sencillas. Como en la vida en general. Pobre de aquella persona que necesita mucho para ser feliz, pues con bastante probabilidad fracasará en el intento y será infeliz. Pero si tuviera que elegir el mejor momento de este verano que termina, quizás os sorprendería que no esté relacionado con viajes soñados y distantes. Una de las últimas noches, en mi terraza, tumbado en la vieja hamaca hecha por mi padre y con la misma tela de loneta de hace más de 60 años. De forma súbita e incontenible vinieron a mi mente innumerables recuerdos de los veranos de mi infancia y adolescencia cuando era toda una aventura ir a bañarse al Albercón Grande del Cuarto (nuestra piscina pública de entonces) y dos canciones: “El Horizonte” de Serrat y “El Final del Verano” del Duo Dinámico.

EL HORIZONTE: “Puse rumbo al horizonte y por nada me detuve, ansioso por llegar donde las olas salpican las nubes, y brindar en primera fila con el sol resucitado, sentarme en la barandilla y ver qué hay del otro lado. Y cuanto más voy "pallá" más lejos queda, cuanto más deprisa voy más lejos se va. Allí nacen las leyendas y se ocultan los secretos y se alcanza a dibujar con las estrellas en el firmamento. Sueño con encaramarme a sus amplios miradores para anunciar, si es que vienen tiempos mejores”.

Volver a escucharla después de tantos años, allí, sentado bajo las estrellas, con la luna en toda su plenitud, frente a las rojizas luces de Úbeda y Baeza perfiladas en la lejanía del oscuro horizonte fue un momento único e irrepetible. Tratar de comprender esa metáfora según la cual la vida es como un viaje hacia el horizonte, donde quieres conseguir algo que por mucho que te esfuerces nunca lo consigues alcanzar. Fue uno de los mejores momentos del verano.

EL ÚLTIMO VERANO (Estrofa): “El final del verano/ llego, /y tú partirás./
Yo no sé hasta cuando,/este amor recordarás.”

Es una canción con una letra preciosa y nostálgica, hasta con un punto de tristeza, que cuenta cómo con el final del verano también terminan muchas historias de amor que se iniciaron con él. El verano aún no ha terminado pero está próximo a hacerlo y como con cualquier periodo con principio y final bien delimitados, creo que cuando finaliza es bueno hacer un balance a modo de reflexión.

Lo primero que me llama la atención es lo pronto que pasa. Bueno, digo mal. No pasa más deprisa que cualquier otro periodo del año, puesto que el transcurrir del tiempo es el mismo, pero la sensación subjetiva del paso del tiempo es más rápida en un periodo que va asociado a vacaciones y a actividades que se suponen más relajantes y atractivas. Tampoco es menos cierto que a veces este cambio de actividades y costumbres es tan frenético que una vez finalizadas las vacaciones necesitamos unos días para descansar de ellas, lo cual es un contrasentido. Pero sin llegar a ese extremo de “activismo” desmesurado, indudablemente el cambio de entorno, de actividades y de costumbres repercute positivamente en nuestro organismo para que, después de las vacaciones, volvamos a enfrentarnos con energías renovadas a la dura realidad. Yo pienso que si algo realmente malo tienen las vacaciones (las de verano o cualquier otras que se puedan disfrutar) es que por unos días vivimos en una situación más o menos ideal pero irreal. Lo que vivimos en ese tiempo no es nuestra realidad, no es nuestro mundo, ni físico ni circunstancial. A veces, adaptarnos a ese mundo temporal y “ficticio” no es fácil y el comienzo de las vacaciones resulta complicado hasta que nos habituamos a las nuevas circunstancias en las que hemos de vivir. Pero también ocurre que cuando ya estamos adaptados a esa nueva situación y comienza a gustarnos, se acaban las vacaciones y hemos de volver de forma rápida y súbita a la dura realidad, a esa que constituye la verdad de nuestra existencia y de la que nos hemos apartado durante unos días.
Hoy en día, se habla del “estrés postvacacional”, término que se ha acuñado recientemente para explicar la situación en que se encuentra la persona que por unos días ha vivido en una situación agradable pero ficticia, a la que se ha tenido que adaptar de forma rápida y que cuando empezaba a gustarle, desaparece. Pero al leer estas reflexiones, no penséis que tengo una visión negativa de las vacaciones. Al contrario, cada vez me gustan más. Recuerdo que hasta hace poco, a mediados de agosto estaba deseando que el tiempo pasase rápido para volver a trabajar. Pero ahora no me sucede eso. Quizás sea porque cada vez tengo menos ganas de trabajar, lo cual me resulta muy triste porque siempre he sido una persona que he acudido a mi trabajo gustosamente y con un renovado interés por él. Quiero pensar que no es ese el motivo por el que cada vez me gustan más las vacaciones, sino que será porque con el paso de los años necesito un periodo de descanso más prolongado.

¡Qué pena!, ya pasaron las horas de las espigas y se nos fue el tiempo de las mieses, de los amores nocturnos y "furtivos" en las eras, con la “parva” a un lado y al otro los “bálagos” de paja. Ahora el sol no ayuda al incendio pasional, lo apaga suavemente. Pero no hay que preocuparse, nos queda sentarnos debajo de una higuera y estar pendientes del ruido que hacen sus hojas cuando se desprenden, ya secas, de las ramas y van chocando contra las otras hojas hasta depositarse en el suelo. No he encontrado ninguna onomatopeya para describirlo, pero os lo dejo cómo una recomendación ¡Escuchadlo con atención!: en estos tiempos de ruidos inaguantables, merece la pena.

Saludos y hasta otra,

¡chiiiiiiiiiiiisssssssssssss, plaaaas!

Francisco, lo bueno si breve, dos veces bueno. Saludos.