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PEDRO MARTINEZ: LA GALLINA QUE ERA ÁGUILA...

LA GALLINA QUE ERA ÁGUILA

Había una vez un campesino que fue al bosque vecino y atrapó un pájaro para tenerlo cautivo en su casa, un pichón de águila.
Lo colocó en el gallinero, junto con las gallinas, lo mantuvo y crió junto a ellas, alimentándolo y tratándolo como una gallina más; sin importar que se tratara de tan imponente ejemplar.
Después de cinco años, este hombre recibió en su casa la visita de un anciano.
Mientras paseaban por el jardín, dijo el anciano.
-Ese pájaro que está allí no es una gallina. ¡Es un águila!
-Así es -dijo el campesino- es un águila.
Pero yo lo crié como gallina. Ya no es un águila.
Se transformó en gallina como las otras.
-No –replicó el anciano. Ella es y será siempre un águila, pues tiene un corazón y su instinto siguen siendo de águila. Su corazón y naturaleza la hará un día volar a las alturas.
El campesino y el anciano deciden hacer una prueba...
El anciano tomó el águila, la levantó bien en alto y, desafiándola, le dijo:
-Ya que usted es de hecho un águila, pertenece al cielo y no a la tierra, entonces, ¡abra sus alas y vuele!
El águila se posó sobre el brazo extendido del anciano, miraba distraídamente alrededor.
Vio a las gallinas allá abajo, picoteando granos y saltó junto a ellas.
El campesino comentó:
-Yo le dije, ¡ella se convirtió en una simple gallina!
-No –insistió el anciano, es un águila y un águila será siempre un águila.
Vamos a experimentar nuevamente mañana.
Al día siguiente, el anciano subió con el águila al techo de la casa.
Le susurró:
-Águila, ya que usted es un águila, ¡abra sus alas y vuele! Pero, cuando el águila vio allá abajo a las gallinas, picoteando el suelo, saltó y fue junto a ellas.
El campesino sonrió y volvió a la carga:
-Yo le había dicho, ¡ella se convirtió en gallina!
-No –respondió firmemente el anciano.
Es un águila, poseerá siempre un corazón de águila. Vamos a experimentar una última vez.
Mañana la haré volar.
Al día siguiente, el anciano y el campesino
se levantaron bien temprano. Tomaron el águila y la llevaron afuera de la ciudad, lejos de las casas de los hombres, en lo alto de una montaña; en su respectivo hábitat.
El sol naciente doraba los picos de las montañas. El anciano levantó el águila al cielo y le ordenó:
-Águila, ya que usted es un águila, ya que usted pertenece al cielo y no a la tierra, ¡abra sus alas y vuele!
El águila miró alrededor. Temblaba como si experimentase una nueva vida, una nueva sensación de libertad y poder invadieron sus entrañas.
Mirando hacia el horizonte, recibiendo directamente los rayos del sol, abrió sus potentes alas y se levantó, soberana,
sobre sí misma. Y comenzó a volar hacia lo alto, cada vez más alto, hasta confundirse con el azul del firmamento...
Y es que al igual que el águila, muchos de nosotros somos así, quien sabe por qué, por la sociedad o por las limitaciones que nosotros mismos nos ponemos. Nos sentimos y comportamos como gallinas, limitados al suelo, a la rutina, sin darnos cuenta que está en nosotros, que tenemos todo lo necesario para emprender el vuelo y mantenernos en el cielo.
Por eso ¡vuela como águila! Jamás te contentes con los granos que te arrojen a los pies para picotear.
Recuerda siempre tu origen, los problemas de la vida son para que recuerdes quién eres y temples tu espíritu.