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PEDRO MARTINEZ: Una carta como regalo...

Una carta como regalo

Franca desde muy pequeñita, amó las cartas. Para ella la llegada del cartero era una fiesta.

Cartas de parientes de su Italia natal, ya que a temprana edad había llegado a la Argentina con su familia, cartas de sus compañeros que estaban de vacaciones, cartas, cartas…

En esa época no había timbre, así que el cartero golpeaba las manos y la sorpresa era increíble.

Cuando llegó la revolución cibernética, ya en edad de merecer, Franca comenzó a sufrir los cambios.

El cartero no solo no tocaba el timbre, sino que dejaba en el buzón cartas comerciales. Lejos quedó la bella época de las cartas compartidas con parientes y amigos.

El único que continuaba con el tema era su papá que cada tanto hacía intercambio postal con sus parientes italianos y así se las podía diferenciar de otras cartas por los sobres vía aérea color celeste y blanco y de papel muy fino, pero ya en ese tiempo casi todo pasaba por el teléfono celular, los mails y demás medios de comunicación computarizados.

Faltando pocos días para su cumple cincuenta, Franca charlando con su papá, que ya estaba bastante mayor, le comentó como había ella sufrido el cambio desde el cartero que golpeaba las manos hasta la revolución cibernética… El papá la escuchó con atención, pero no contestó.

La sorpresa fue que el día del cumple sonó el timbre y cuando Franca atendió era el cartero que traía una carta certificada. Cuando vio el sobre celeste y blanco sintió una gran emoción y firmando el aviso de entrega recibió el más lindo regalo, una carta escrita por su papá, de puño y letra, donde le decía cosas tan sentidas que siempre había guardado en su corazón y que por una cuestión de pudor no se había animado a expresarlas en palabras.

Mucho tiempo pasó desde aquel día y una amiga del alma, conociendo esta historia, la repitió y se renovó la alegría.

Ahora Franca, a sus sesenta y cuatro años, sigue amando las cartas, pero ya desde otro lugar. Cada vez que recibe un mail de algún amigo virtual se le alegra el alma, casi tanto como aquellos días en que el cartero, tocó el timbre.