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PEDRO MARTINEZ: El vendedor de juguetes’, un cuento de Navidad...

El vendedor de juguetes’, un cuento de Navidad

La plaza mayor de México rebosaba alegría. Era mediados de diciembre y la plaza estaba repleta de puestos de artesanía, con infinidad de objetos elaborados a mano. Muchos, eran figuritas para el belén o adornos para el abeto. De entre todos los puestos, llamaba la atención uno bien humilde, en donde un hombre, junto a una mujer y una niña pequeña, intentaban vender juguetes y algunas figuras del belén.
De entre todas las figuras, sobresalía una por su belleza, un niño Jesús sonriente, con unas manitas y unos pies tallados con dulzura. Los ojos alegres y oscuros parecían tener vida. Era tan hermoso, que la niña se había encariñado de él desde el primer día que se lo enseñó su padre, y no dejaba de mirarle, rezando ‘para sus adentros’ para que nadie lo comprara.
El padre de la pequeña se dio cuenta de esa obsesión y decidió que su hija debía quedarse en casa junto con su madre para no sufrir. Y así, el hombre acudió cada día, solo, a la plaza.
El hombre fue vendiendo todos los juguetes que tenía, menos el niño Jesús. Cada vez que regresaba a casa después de una dura jornada, lo primero que hacía su hija era buscar en la bolsa todo lo que su padre traía de vuelta. Respiraba aliviada al encontrarse con los ojos oscuros del niño Jesús. Y sonreía.
– No te encariñes tanto de él… – le dijo su padre- porque tendré que venderlo. Con lo que he ganado, no tengo suficiente para la cena de Navidad y para tu piñata.
– Pero papá, yo no quiero una piñata. Solo quiero este niño Jesús- respondió la pequeña llorando.
A su padre se le rompía el corazón cada vez que la veía tan triste. Pero si no vendía ese niño Jesús, no tendrían cena de Navidad… así que resuelto, se levantó temprano al día siguiente. Era Nochebuena y solo tenía hasta mediodía para conseguir el dinero suficiente.
Pasaban las horas, los minutos, y el hombre sentía un hondo dolor en el pecho. ¿Cómo iba a vender a aquel niño Jesús sin destrozar el corazón de su hija? Y ya, cuando estaba a punto de retirar su puesto, se acercó un hombre joven, tendría poco más de treinta años. Con una espesa barba y una túnica bastante sencilla. No parecía tener mucho dinero, pero aún así, preguntó por el precio del niño Jesús.
– Oh… es el último que me queda, así que es bastante caro…- respondió el hombre, con miedo en realidad de perderlo
– Pagaré lo que sea- respondió muy firme aquel hombre.
– Mire usted- dijo entonces el vendedor de juguetes- Le diré la verdad. Lo cierto es que me hace falta el dinero para la cena de esta noche, pero no puedo venderlo. Rompería el corazón de mi hija. Solo tiene ojos para esta figura. No quiere ningún otro juguete. Creo que si lo vendo, se moriría de pena.
El hombre le miró, no dijo nada, y dando media vuelta, se alejó.
– ¡Seré tonto!- se dijo entonces el vendedor de juguetes- ¡Mi mujer me va a matar! Este hombre me hubiera pagado mucho dinero por este niño Jesús…
Pero la decisión ya estaba tomada, y el hombre recogió su puesto y se dirigió cabizbajo, con el corazón encogido, a su casa.
Al abrir la puerta, su hija salió a su encuentro, agarró la bolsa de su padre y comenzó a buscar al niño Jesús.
– ¡No lo vendiste!- dijo contenta al verlo- ¡Menos mal que nadie lo quiso! La sonrisa y la felicidad de su hija fue suficiente para ahogar sus penas.
– ¿Y ahora qué prepararé de cena esta noche?- dijo con tristeza la mujer.
– Haremos una sopa con algunos fideos… no importa que no podamos comer otra cosa- respondió algo avergonzado él
La mujer puso entonces agua en un caldero y dejó los fideos listos. No tenía ni carne para añadir al guiso. De la tristeza, se olvidó de la olla y se quedó dormida en el sillón. El hombre, salió a ahogar su remordimiento, Y la niña, no dejó de abrazar a su juguete más preciado. Su padre decidió regalárselo. Después de Navidad, ya no podría venderlo.
Pero entonces, llamaron a la puerta, y como la madre estaba dormida, la pequeña salió a abrir con su muñeco. En la puerta, vio a un hombre joven y con barba que sonrió al verla.
– Veo que aún tienes ese niño Jesús que quise comprar. Aún lo quiero.
La niña entonces se quedó pálida.
– Pero…
– Te pagaré 10 monedas de plata por él. Con ese dinero tus padres podrán preparar la cena de Nochebuena y tendréis para comer mucho tiempo.
La niña sabía que era mucho dinero, pero no sentía que el corazón se rompía en dos. Unas lagrimillas asomaron por sus ojos mientras le tendía al niño Jesús. Él lo tomó entre las manos y le dio a cambio el dinero. Se alejó mientras la niña lloraba desconsolada. Y cuando su madre despertó, le contó todo lo que había pasado.
La madre, maravillada al ver el dinero, fue corriendo a comprar comida y hasta unos dulces para el postre. Cuando llegó el vendedor de juguetes, se encontró la mesa repleta de suculentos manjares. Entonces vio la cara triste de su hija y comprendió lo que había pasado. Aún así, cenaron como nunca lo habían hecho y a las 12 en punto, fueron al portal de belén a cantar un villancico.
Y allí, en medio del portal, había un regalo, con el nombre de la pequeña bien claro.
– ¿Y esto?- preguntó el hombre mirando a su mujer.
Ella se encogió de hombros. La pequeña abrió el paquete y de pronto se le iluminaron los ojos. Allí estaba su niño Jesús, con sus ojos oscuros, su sonrisa y sus manitas y sus pies tallados con dulzura. Esa Navidad fue sin duda la más maravillosa de su vida.


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