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PEDRO MARTINEZ: HISTORIETA DE SUSPENSE PARA ENTRETENER...

HISTORIETA DE SUSPENSE PARA ENTRETENER

Por fin es viernes, ya se acabó la jornada, pensaba Susana mientras veía la puerta blanca y el letrero de la Coctelería Boadas.
Ahora, se encontraría allí con las chicas y conseguiría por fin, despejar su cabeza.
Mientras las esperaba sentada en la barra, se dio cuenta de que durante todo el día, no había parado de darle vueltas, a una inquietante pesadilla que tuvo la noche pasada, de la que no recordaba nada.
Tan solo le venía como un flash, la imagen de lo que parecía una valiosa colección de cuchillos de diferentes formas y tamaños, que le parecieron preciosos; no entendía que sin recordar nada más, eso le produjera tanto desasosiego.
Fue un momento al baño y al volver le preguntó al barman:
-Raúl, ¿Sabes quién es el tipo del final de la barra?
- ¡Claro! Es cliente habitual, se llama Marius.
Considero justo que sepas su nombre, él ya sabe el tuyo. Hace semanas que se interesó por ti.
-Pues nunca me había fijado -dijo Susana mientras tomaba premeditadamente despacio su copa.
Repasaba mentalmente lo ocurrido hacía unos minutos al salir del baño.
Recordaba más, como se había sentido, que lo que él le había dicho.
Aquel hombre la había hecho sentir como un conejillo a punto de ser atrapado y a la vez como un pastel mirado por un niño.
“ ¿Quieres convertir tu viernes en un viernes nunca imaginado?”
“Te espero hasta que acabes tu copa y decidas”.
Esas fueron sus palabras.
Susana, quedó fascinada de cómo aquel hombre con su aparente normalidad, desprendía tanto magnetismo.
Acabó su copa y se dirigió de nuevo al barman:
-Raúl, dile a las chicas que no me esperen, esta noche no cenaré con ellas.
A Susana le apetecía algo de aventura, últimamente su vida estaba en pausa, solo trabajo y trabajo.
A los pocos minutos salía por la puerta con Marius y tomaban las Ramblas en dirección mar.
El, la invitó a un cigarrillo y al poco estaban ante una finca antigua, majestuosa, que a pesar de su belleza emanaba algo inquietante, no sabía bien porqué pero esa sensación le hizo brotar un leve nerviosismo.
Sus pensamientos, se aquietaron más relajados al ver las cuatro placas de latón pulido que se alineaban en la puerta. ”Marius Fontcoberta” psiquiatría, fue la que vio primero.
De las otras solo se fijó en “Bufete de Abogados” “Medicina interna ” y “Estudio Fotográfico”
Una vez dentro del minúsculo ascensor de madera, volvió la sensación de angustia al sentirse como una presa ante su depredador. Como una ráfaga un pensamiento pasó por su mente. ¡Susana vete de aquí! Pero ya se encontraba franqueando la puerta del piso.
- Vivo arriba en el ático, aquí tengo mi despacho - dijo Marius con una voz aterciopelada y tranquilizadora.
Susana vio que la decoración era minimalista e impecable, pero aún así la sensación era de una densidad en el ambiente que no encajaba con lo que veía. Aquel despacho era igual que su dueño. Veías una cosa, pero sentías otra.
Experimentó de nuevo algo que ya se iba pareciendo al miedo, notó su cabeza muy espesa aturdida y confusa.
Pidió por el baño y camino de el, se vio reflejada en un espejo formado por múltiples trozos. Se veía a si misma como rota en pedazos y un escalofrío erizo su piel.
Fue justo antes de desplomarse que pensó horrorizada - ¡el cigarrillo! ¡el cigarrillo que me ofreció!
Cuando volvió en sí, estaba tendida sobre una piel de color negro, desnuda completamente, solo la cubría una túnica dorada, su corazón se desbocó, parecía haberle subido a la garganta; y desde allí impedirle soltar el grito que le subía desde el pecho.
Una antorcha iluminaba levemente la zona donde ella estaba, pero se adivinaba que la estancia era mucho más grande aunque solo se viera una negrura intensa. Se fijó en los grandes bloques de piedra de la pared, reconoció, que eran los mismos que había visto al llegar a la portería y que adornaban como zócalo la finca. Aún con la conciencia turbia, que le impedía pensar con claridad, pudo deducir que se encontraba en algún lugar subterráneo de aquella casa.
¡Marius! gritó con desesperación mientras sus sienes palpitaban, su respiración se hacía corta y rápida y una sensación de náusea se instalaba en su estómago.
¡Ayuda! Siguió gritando, hasta que vio como al fondo de aquella estancia aparecían tres antorchas más, que iban acercándose y conforme avanzaban, dejaban ver con su luz, a sus tres portadores. Iban vestidos con idénticas túnicas negras; estas con capuchas que ocultaban sus rostros. Vio, paralizada por el pánico, como se acercaban y dejaban a la vista con la tenue luz del fuego, una larga mesa preparada lujosa y barrocamente, con servicio para tres comensales…
También vio, como Marius se acercaba por un lado de la sala deslizando una mesita auxiliar que no hacia el más mínimo sonido.
¡Marius! ¿Qué pretendéis hacer conmigo? dijo ya con un hilo de voz.
Marius la miró a la vez que retiraba el tapete que cubría la mesita y dejaba al descubierto una magnífica colección de cuchillos que ella reconoció al instante. A continuación le dijo con voz suave y acariciante:
- linda Susana... yo, ya no hare nada más, cielo, yo, no como carne, yo, solo la sirvo.