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PEDRO MARTINEZ: Érase una vez un bosque de manzanos que crecían juntos...

Érase una vez un bosque de manzanos que crecían juntos dando jugosas frutas rojas que los pájaros picoteaban gustosos. A su lado, justo en la ribera del terreno que ocupaban, crecía otro árbol diferente, distinto, al que esos mismos pájaros jamás se acercaban puesto que en lugar de manzanas de rojo intenso tenía unas pequeñas bolas algo alargadas duras como piedras.
Este árbol quería ser como ellos pero por más que lo intentaba no podía y todos los manzanos se reían de él y de sus estériles esfuerzos.
Cierto día, cansado de tan vanos intentos, decidió dejar de querer ser otra cosa y se quedó quieto, tranquilo sin más y, en ese instante, un ave de aspecto venerable y sabio, de incontable edad, se posó en su más alta rama y le contó, en un canto dulce y melodioso, la verdad de su existencia.
"No estés triste por no ser como tus hermanos de este bosque, tú perteneces a una especie distinta de arboles que crecen en sitios solitarios. Sois pocos comparados con estos otros y vuestra labor es muy especial. Tú fruto está destinado a caer de tus ramas, en el momento justo, al suelo donde tus fuertes raíces se hunden y allí, animales groseros y de sucio aspecto, lo comerán. Pero no te entristezcas ante esta buena nueva porque ese duro fruto tiene un poder especial ya que quién lo coma se transformará puesto que conocerá su verdadera realidad. ¿Ves? Repartirás felicidad, gozo y paz. Creo que es una hermosa y bella labor..."
Acostumbrado a dirigir sus ramas y hojas hacia el resto de sus compañeros del bosque cercano, había olvidado mirarse a sí mismo y en ese mismo instante, reconfortado por las palabras de ese ave extraña,, se vio por primera vez y contempló algo increíble: su tronco era grueso y fuerte, de una corteza hermosamente rugosa, sus ramas frondosas, enormes, y su tamaño, qué decir cuando vio esa grandeza, le pareció como de otro bosque, de otro mundo.
Y se gustó y dejó de querer ser manzano aceptando ser lo que era, abandonando toda pretensión, queja y anhelo ajeno a él. Aceptó su propia Naturaleza sin más.
Y el Ave levantando el vuelo con una sonrisa en su pico (¿Cómo puede un pico sonreír? se preguntaba mientras le veía subir al cielo) le dijo:
"Además hay un secreto: todos ellos perecerán en mayor o menor tienpo mientras que tu permanecerás aquí cuando todo ese bosque haya desaparecido. Es lo más cercano a la eternidad que podrás alcanzar anclado a esta tierra pero será la promesa de lo que cierto día lejano, cuando vuelvas a la tierra de la que surgiste, comprenderás.
Eres una Encina y eso es un gran privilegio."
Jamás dejes de ser el árbol que eres, ancla tus raíces firmemente en el suelo y eleva tu copa a lo alto del cielo, así conseguirás lo mejor de cada uno de ellos, de Cielo y Tierra, que vivirá, unido, como si de un santo matrimonio se tratase, en la savia de lo más profundo de tu hermoso tronco.

La mayor encima fue bellota chiquitina.