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PEDRO MARTINEZ: La religión y el anticlericalismo.... TERCERA PARTE...

La religión y el anticlericalismo.... TERCERA PARTE

La guerra civil fue un momento de la historia en que se sintetizó el conflicto no resuelto del clericalismo-anticlericalismo, que ya durante la República ocupó un lugar destacado. Ahora se eliminan los matices, y la situación se reduce a dos alternativas extremadamente excluyentes.

Durante la misma guerra los legisladores franquistas ya decretaron algunas disposiciones destinadas a satisfacer a la Iglesia en campos fundamentales de orden simbólico y económico. Facilitaron su dominio sobre los valores centrales de la comunidad y dejaron en sus manos la regulación de los criterios morales operantes. 6

José Ramón Montero, que ha estudiado la Asociación Católica de Propagandistas (ACNP) durante la primera etapa franquista, señala el extraordinario papel histórico desarrollado por la Iglesia como legitimadora del nuevo régimen, con la consagración de la guerra civil como cruzada. Las palabras religión, catolicismo e iglesia se utilizaron en todos los campos, con el fin fundamental de legitimar la extraordinaria violencia contrarrevolucionaria de la guerra civil y la dramática situación de los primeros años de la posguerra.
Pero Montoro también asegura que los términos “nacionalcatolicismo” muy usados en ese periodo, no suponían de hecho una novedad en la historia española, pues la conflictividad del periodo republicano posibilitó la proliferación de símbolos religiosos que identificaban el orden divino con el orden capitalista del momento. Afirma, este autor, que la Iglesia, intransigente en la defensa de sus posiciones, quería extender el pensamiento católico para dominar cualquier manifestación de la vida de los españoles.

En Pedro Martínez antes de la República se seguían, con más o menos fervor, las funciones litúrgicas según el calendario eclesiástico. El sacerdote del pueblo era el responsable de su organización, y, de vez en cuando, una visita del obispo de Guadix daba a la celebración más solemnidad de la cotidiana.
Estos encuentros no muy frecuentes, ocurrían por varios motivos: para casar a las parejas, como hemos visto, para dar una comunión general o para la celebración de la confirmación. Su carácter devenía tan festivo como religioso. Estas manifestaciones religiosas oficiales y, sobre todo, las expresiones populares traducidas en procesiones y romerías, como el día de la patrona, Semana Santa y otras, formaban parte, como en la mayoría de los pueblos andaluces, de las costumbres y de sus fiestas.
Eran días señalados o circunstancias especiales que hacían de la religión más una fiesta que una práctica regular cotidiana, a pesar de la religiosidad de la gente, sobre todo de las mujeres.

Carmen 7, decía que después de la guerra solamente iban a misa las beatas y sostiene que antes de polarizarse las conductas, cuando ella era pequeña, se frecuentaba más la Iglesia.

“Allá too el mundo cree en Dios. Yo me acuerdo de estar chica, así con diez o doce o catorce años y llegaba la Misa del Gallo y ¡too el pueblo a Misa del Gallo! Y llegaba… cuando la Semana Santa ¡too el mundo! ¡Chicos, grandes, mujeres, hombres, too el mundo! ¡Era una cosa! Allí se festeja la Santa Cruz porque eso es de toa la vida. De toa la vida se hace la fiesta por la Santa Cruz. Siempre y tiene muchos devotos. ¡Es la patrona de allí!”

En la segunda mitad de siglo, vemos que esta devoción se modera y que la religión, como práctica y manifestación cotidiana deja, al menos aparentemente, de interesar a los pobres, que la consideran cosa de ricos. Ellos, los pobres, ya tienen suficiente trabajo con ganarse el pan de cada día.
Esta disminución de la práctica cotidiana está acompañada de una falta de respeto hacia la figura de los curas por su alianza con los ricos.

“Pero allí semos muy religiosos. Y sí, allí íbamos a la iglesia, ¡pero luego ya dejamos de ir! Yo no iba mucho. Me acuerdo una vez porque yo no iba a la iglesia y un día pos mandó una joven allí… el cura nos mandó una mujer, que era su sobrina. La mandó para que nos viniéramos. A mí y a la Josefa, a la Jacinta, a la Luisa y a todas mis vecinas. Y fuimos. Y cuando fuimos a confesar, dice: -qué no vienes nunca a misa!
Digo: – ¡Yo no tengo tiempo de venirme a misa! ¡Yo no tengo tiempo na más que de trabajar y de gobernar a mis hijos! ¡Pero yo creo más en Dios que estas creyentes que están siempre con usted! Que muchas que se dan golpes en el pecho y luego son más malas que Solimán. Mientras que yo no soy mala pa nadie, y creo en Dios más que toas. ¡Qué no puedo oír misa porque no tengo tiempo de ir a misa!
Al otro día mandó a la sobrina que fuera que me daría un colchón. Después de pelearnos, cuando le canté las cuarenta bien cantas, pues me mandó llamar pa darme un colchón”.

El anticlericalismo no es necesariamente una demostración de la falta de religiosidad del pueblo, sino que, a menudo se manifiesta en mujeres y hombres de una arraigada fe que justamente retraen a los curas un comportamiento muy alejado del compromiso cristiano hacia las personas desvalidas, y un proceder poco adecuada con la propia doctrina de la Iglesia.