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PEDRO MARTINEZ: TERCERA PARTE...

TERCERA PARTE

Mayoritariamente las casas eran de alquiler porque era difícil disponer de la cantidad necesaria para comprar primero el terreno y luego el material para la construcción. Pero, llegado el caso, eran los hombres de la familia los que asumían la construcción. El padre, los chicos y, si era necesario, las chicas y la madre se transformaban en albañiles, ayudantes y peones. El tiempo, que todos y todas empleaban en ello, lo robaban al poco descanso que les dejaba el trabajo doméstico y/o el del campo.

Así María Jesús y Sebastián no dispusieron de casa propia hasta que ya tenían sus cuatro hijos. Entonces compraron un terreno y con muchas dificultades y trabajos se hicieron la casa. Era una casa blanca y sencilla, como casi todas las casas de jornaleros, sobre todo las de la parte alta del pueblo.

Esta pequeña construcción tenía una entradilla con una apertura a la derecha donde una sala mediana hacía de comedor y de cocina con la chimenea en el suelo, que además de cocinar servía de fuente de calor y de luz. A la izquierda de la entrada, había dos habitaciones comunicadas por una abertura sin puerta, y más allá de la entrada, el corral y después del corral el patio. Al fondo del patio las letrinas.
Por otro lado, el techo de la casa convertido en una especie de buhardilla, las “camaras”, hechas con vigas, que son troncos de árboles pelados, donde se guardaban toda clase de utensilios, de ropa y todo lo que puede poseer una familia pobre.
Las habitaciones tienen unos pequeños agujeros que hacen de ventanas. Estas ventanas y, también, las aberturas que hacen de puertas se tapan, desde el principio, con una cortina o un paño, que matiza la claridad, mitiga los ruidos e impide la entrada de polvo de la calle. Y todo ello, con la esperanza de ahorrar algún día el dinero necesario para poner las ventanas y las puertas correspondientes.
Casas muy sencillas pero que ya posibilitan una manera de vivir diferente de cómo vivieron los padres de la misma María Jesús, cuando una sola habitación les hacía de granero, de corral y de vivienda. Ahora, en el corral, guardarán la paja y los utensilios del campo, y las habitaciones se utilizarán para dormir. Además, una habitación será para los padres y los hijos más pequeños, y la otra para los mayores. Y si hay chicos y chicas se intentará que duerman separados al ir creciendo.

La misma construcción es también diferente de la de las casas más viejas del pueblo: ahora ya no son el barro y la piedra los únicos materiales utilizados, sino que también se usan ladrillos y cemento. Es una casa mucho más sólida. Pero son, todavía, viviendas con pocas comodidades. Sin agua corriente, tenían que lavarse a la vista de todos, con palanganas, en las cuadras o el corral cuando el tiempo lo permitía, y en la misma cocina, ante la chimenea, los días fríos del invierno.
Sin electricidad ni otra energía, cocinaban en la chimenea, y la colada se hacía fuera de casa en los arroyos de los alrededores del pueblo. Todo ello, además de las incomodidades evidentes, representaba un trabajo muy duro para las mujeres que eran las responsables de estas tareas.

“Una casa costaba tres o cuatro mil pesetas. Que no las juntábamos, o poquito a poco. Nosotros dijimos de hacer una casa. Compramos un terreno y luego nos volvimos negros para poderla medio tejar. Pa vivir en ella. Y la hicimos sin puertas, na más que la puerta de la calle y la puerta del patio, sin ventanas, porque no podíamos hacer otra cosa. Y allí la tenemos.
Compramos el terreno con cinco fanegas de garbanzos y cinco fanegas de cebá, que le dieron a mi hombre donde estaba trabajando. Que le dieron porque estaba en el trato. Luego nos vimos negros pa medio techarla. Y luego, así nos la hemos dejao”.

Pero estos esfuerzos y enormes dificultades para conseguir una casa de propiedad, o simplemente una casa digna, estrechaban las relaciones de la familia. Porque cuando las dificultades se comparten para alcanzar un proyecto común cohesionan al grupo. Por eso la casa con toda su pobreza y sencillez, llega a adquirir una categoría casi simbólica. Alrededor de la casa se reúne la familia y todos sus miembros trabajan para conseguirla, y todo se hace y se vuelve común.

Si bien es cierta la primacía de la mujer dentro de la casa, que se corresponde con la del hombre en la calle, de ninguna manera se puede considerar el espacio dividido en dos esferas absolutamente separadas en cuanto a su utilización y apropiación, como lo será en cambio en otros ambientes sociales. La distribución de la casa, pequeña, con pocos espacios diferenciados, hace imprescindible que estos sean compartidos por todos los miembros del grupo. De modo que hombres, mujeres y niños comparten lo que la Rossana Rossanda llama el mismo “campo de presencia”.

Además, al ser el hombre el constructor material de la casa, esta se convierte para él en algo muy propio.

Por el contrario, tampoco la calle será exclusiva de los hombres. Salvo los bares y las tabernas que serán solamente espacios para ellos. En efecto, ninguna mujer entrará sola y casi nunca acompañada en estos establecimientos.

La mujer trabajadora también ocupa la calle, sobre todo para llegar a los lugares donde desarrollaba sus diferentes y variadas tareas, si bien es cierto que hay una clara diferencia entre las mujeres casadas y las solteras. Así, cuando la mujer ocupa el lugar de “hija”, trabaja fuera de casa hasta el momento de ocupar, ella también, el lugar “de esposa”. En este nuevo estado, si la pareja puede vivir con el sueldo del hombre, la mujer se dedicará exclusivamente al trabajo doméstico que conllevará una mayor reclusión dentro del hogar.
No obstante, la mayoría de las familias no podían subsistir únicamente con el trabajo del hombre y, por otra parte, la existencia de muchas viudas como consecuencia de la misma guerra o de la sobre mortalidad de la posguerra, hace que las mujeres sean extremadamente necesarias en este contexto económico. Así que, como hemos visto en capítulos anteriores 7, las mujeres siempre, más allá de su situación familiar, trabajan y hacen lo que sea necesario fuera de las paredes de su casa.
Las solteras tendrán más libertad para salir de casa, no sólo para ir a trabajar, y acompañadas, o no, también disfrutarán de las fiestas, los bailes y del paseo.

También es cierto que las mujeres, salvo momentos determinados, solamente ocuparán los espacios públicos en unas horas establecidas. Podemos generalizar diciendo que de día la mujer no tendrá problemas en utilizar cualquier lugar. Será a partir de la tarde, al anochecer, y especialmente durante la noche, cuando las normas del sistema de valores de la sociedad dejarán de admitir la presencia femenina en todas partes. Y las mujeres, casi siempre, asumen este sentir, y se cierran dentro del hogar.

Y, sin embargo, esto no impedirá, que algunas veces, sean las pioneras o las impulsoras de la difícil decisión de emigrar.