Una chispa de amistad y afecto
desde San Pedro de Mérida
EL AZOTE DE DIOS.
¿Quién eres tú coloso formidable?
Que sobre el mar y la ciudad poblada,
Lanzas tus bombas incansables.
Tú cabeza irritada por el miedo,
De barras y de estrellas coronada.
¿Que poderosa mano?,
Que todo cuanto toca sangra y muere,
Ciñó en tu frente esa infernal locura,
De perseguir al Islam hasta la muerte.
Tú eres el mal, la destrucción, la insidia,
El aliento caliente del abismo,
La rabia de Satán, el hombre fuerte,
Envidioso de Dios y de sí mismo.
En Afganistán inviertes,
Destrozando á las piedras y á sus gentes.
¡Más no!,
Perdona si te insulto ciego,
¡No!,
Tú no eres amor, sino venganza,
Por abusar de tu poder te vuelves ciego.
Tus armas, de delirios impregnadas,
Su fuego, de dolor, las almas tocan,
Tus alardes de poder, secan las bocas,
De los pobres ignorantes que allí mueren.
El Islam gime a tus pies, la Tierra tiembla
Al pregonar con voz envenenada,
Que hay Naciones que tendrán la muerte,
Con negras bombas de acero abrillantadas.
Vuelan aviones con feroz bramido,
Y de sus vientres cavernosos brota,
La muerte sembrando desatinos,
Destruyendo las casas y las cosas.
Sí la inmensa pasión del alma mía,
Quisiera avergonzar tu ardiente fama,
Y luchara mi llama con tú llama,
Dudoso él triunfó entre los dos sería.
¡Qué digo!
Del humano despotismo,
Alarde de soberbia sempiterno,
Que en humo y balas la razón convierte,
Mi compasión un día apagará la muerte,
Y será cuando los malos yanquis,
Se hundirán dentro de su infierno.
Autor:
C. C. Cortés
El Hombre de la Rosa.
desde San Pedro de Mérida
EL AZOTE DE DIOS.
¿Quién eres tú coloso formidable?
Que sobre el mar y la ciudad poblada,
Lanzas tus bombas incansables.
Tú cabeza irritada por el miedo,
De barras y de estrellas coronada.
¿Que poderosa mano?,
Que todo cuanto toca sangra y muere,
Ciñó en tu frente esa infernal locura,
De perseguir al Islam hasta la muerte.
Tú eres el mal, la destrucción, la insidia,
El aliento caliente del abismo,
La rabia de Satán, el hombre fuerte,
Envidioso de Dios y de sí mismo.
En Afganistán inviertes,
Destrozando á las piedras y á sus gentes.
¡Más no!,
Perdona si te insulto ciego,
¡No!,
Tú no eres amor, sino venganza,
Por abusar de tu poder te vuelves ciego.
Tus armas, de delirios impregnadas,
Su fuego, de dolor, las almas tocan,
Tus alardes de poder, secan las bocas,
De los pobres ignorantes que allí mueren.
El Islam gime a tus pies, la Tierra tiembla
Al pregonar con voz envenenada,
Que hay Naciones que tendrán la muerte,
Con negras bombas de acero abrillantadas.
Vuelan aviones con feroz bramido,
Y de sus vientres cavernosos brota,
La muerte sembrando desatinos,
Destruyendo las casas y las cosas.
Sí la inmensa pasión del alma mía,
Quisiera avergonzar tu ardiente fama,
Y luchara mi llama con tú llama,
Dudoso él triunfó entre los dos sería.
¡Qué digo!
Del humano despotismo,
Alarde de soberbia sempiterno,
Que en humo y balas la razón convierte,
Mi compasión un día apagará la muerte,
Y será cuando los malos yanquis,
Se hundirán dentro de su infierno.
Autor:
C. C. Cortés
El Hombre de la Rosa.
