Cuenta la leyenda que hubo una vez en
Granada un albañil muy, muy pobre que a duras penas podía mantener a su
familia.
Un día, el cura del
barrio le encomendó hacer en su
casa una especie de nicho en la pared en un
patio interior con una única condición, nunca sabría donde se encontraba la casa, por ello, el albañil era conducido por el cura,
noche trás noche, con los ojos vendados por las laberínticas
calles del albaicin.
Una vez terminado el nicho ayudó al cura a meter en él varias tinajas
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